La mañana del 30 de junio de 1908, el cielo siberiano se partió en dos sobre las aguas del río Tunguska, en Siberia. Un gigantesco haz de luz azul ingresó a la atmósfera terrestre y se desplazó por el aire, iluminando los densos bosques de la tundra arbolada.
Instantes después, una brutal explosión retumbó en el suelo como una metralla de artillería pesada. Lo que vino a continuación fue descripto por los testigos del evento como “una ráfaga de fuego”. La fuerza de la onda expansiva hizo vibrar el suelo, tumbó a quienes se encontraban parados, estalló cientos de ventanas y derribó todos los árboles en un área de 2150 kilómetros cuadrados.
Algunas personas se reincorporaron y salieron a mirar el cielo. Se encontraron con una nube de humo de cientos de kilómetros de largo que se extendía sobre la tierra arrasada. En el suelo todavía se sentía el viento caliente que avanzaba entre las casas, dañando las cosechas y marcando todo a su paso. En los días siguientes, se vieron atardeceres vibrantes y luces nocturnas en varios países de Asia y Europa.
Expediciones del geólogo Leonid Kulik
El episodio fue investigado por el minerólogo soviético Leonid Kulik, quien en 1921 empezó a realizar entrevistas y estudios en el territorio cercano al impacto. La hipótesis central del geólogo era que un asteroide había chocado contra la Tierra. El cráter debía estar en alguna ubicación cercana al cauce del río Tunguska.
En 1927, lideró una expedición científica (la primera de muchas) que rastreó el terreno, buscando los restos de la roca espacial, y la huella de su impacto contra el suelo terrestre. No encontraron ninguna de las dos cosas.
Con la ayuda de cazadores de la tribu Evenki, los expedicionarios llegaron al que parecía ser el centro de la explosión, pero allí no había cráter. Encontraron una zona en donde los troncos de los árboles habían quedado parados derechos, completamente pelados de hojas y ramas. Desde ese punto hacia afuera, los árboles habían sido derribados en dirección opuesta al centro. La explosión había tenido lugar a una altura de entre 5 y 10 kilómetros del suelo.
Devastación radial
En 1938, Kulik organizó un estudio con imágenes aéreas para identificar el patrón en que los árboles habían sido derribados. Las pruebas sentaron un precedente, al documentar por primera vez un evento de “devastación radial” (en palabras del propio Kulik) causado por la explosión de un meteorito.
El denominado “evento de Tunguska” siguió despertando curiosidades por muchos años. Algunos lo ligaron a la ufología, considerándolo el “caso Roswell” ruso. En los años 60′, una nueva expedición soviética encontró trazos de silicato y magnetita en la tierra cercana a la explosión. Los análisis químicos determinaron que estos trazos contenían aleaciones de hierro y níquel, el componente principal de los meteoritos metálicos. Un estudio italiano de 1994 examinó muestras de resina extraídas del centro de los árboles afectados en el evento, y encontró materiales similares.
Bólido de Chelyabinsk
En noviembre de 2013, un bólido luminoso fue observado en Chelyabinsk, Rusia. El asteroide de 17 metros de longitud y 15 metros de ancho ingresó a la atmósfera terrestre sin ser detectado y explotó a una altura de 20 kilómetros. La información obtenida de este suceso le permitió a los científicos cruzar datos con el evento de Tunguska y elaborar nuevos modelos predictivos para posibles impactos futuros.
En 2016, la Asamblea General de la ONU, declaró el 30 de junio como el Día Internacional del Asteroide, para que cada año la humanidad tenga presente el aniversario del evento de Tunguska.
En 2018, May presentó la canción “New Horizons”, en tributo a la sonda homónima de la NASA, que tras 12 años de vuelo espacial se aproximaba a su último objeto de estudio: el asteroide de 35 kilómetros de diámetro Ultima Thule.